Relato del Viaje a Juan Fernandez

VIAJE A ROBINSON CRUSOE DEL ORCA IV

En lo personal, la motivación de este viaje nació muy temprano. Fue a los 12 años cuando mi padre me regaló mi primer libro: “Robinson Crusoe” y me dijo que algún día debíamos llegar navegando a la isla, lo que se transformó en un sueño por cumplir. No pudo ser con mi padre, sino con mi hijo con quien finalmente haría realidad este sueño. Este era el segundo intento. El año anterior se sumaron entusiastas a la idea de participar como miembros de la tripulación nuestros queridos amigos y socios, Massimo Frascaroli, Andrés Polloni, Luis Fuentes y Mario Baeza, además de mi hijo Pablo. Pepe Astorquiza se agregó como posible “galleta”. Al final, en la línea de partida pudieron estar Andrés, Luis, Mario Pablo Jr. y el capitán.


Se trataba de una regata bien organizada por el Club de Yates de Higuerillas con la participación de nueve embarcaciones, de la cuales solo cinco finalizaron la prueba. Resultó ganador el “Capitata” de Alejandro Denham, con una extraordinaria carrera que dejó muy en alto el nombre de nuestro querido Club. Serían los propios avezados tripulantes del Capitata quienes dirían que participar en esta regata fue equivalente a correr varias maratones juntas.

Nuestra participación duró apenas unas 15 horas. Desde el inicio sufrimos una importante vía de agua por las ventanas laterales, que nos obligó a hacer turnos de sentina cada hora para evitar una acumulación excesiva. A pesar de ello no pudimos evitar que debido a la importante escora, el agua llegara a los circuitos eléctricos. Luego, todo pasó en 5 minutos. Tuvimos un principio de incendio que nos dejó sin comunicación radial y sin lectura de instrumentos. Acto seguido, debido al fuerte viento, que a veces superaba los 35 nudos, salió volando un panel solar de la popa y otro quedó colgando y haciendo chispas en las jarcias como fuegos artificiales. En el intento de controlar la situación, descuidamos el timón y el barco trasluchó, rompiendo una burda y dejando dañada la base del mástil (esto último solo lo supimos al regreso). Todo ello, unido al hecho que dos de los tripulantes estaban en malas condiciones y hace pocos minutos nos habían entregado un meteo poco alentador para los siguientes 3 días que faltaban, nos hizo tomar la dolorosa decisión de abandonar.

No obstante, esta experiencia y los sabios concejos de los participantes permitieron corregir los errores cometidos y nos decidió a hacer un nuevo intento, esta vez, sin tantos aspavientos y sin el apoyo de la armada y de otros veleros participantes. La idea era que el viaje lo hiciera el ORCA IV en solitario, escogiendo el mejor meteo y reduciendo la tripulación a solo tres participantes, Mario Baeza, Pablo Jr. y el capitán y resultó. Zarpamos a las 1,15 de la madrugada desde Higuerillas e hicimos una primera parte muy lenta y conservadora. Cuando amanecía aún teníamos las luces de Valparaíso por la popa. Poco a poco tomamos confianza y la navegación a vela se hizo más rápida y entretenida mientras el viento se incrementaba. Por las noches reducíamos el paño, tomando dos rizos en la mayor y achicando la genoa. El meteo fue bien escogido, la media fue de unos 15 a 20 nudos con rachas de hasta 28 nudos de viento. Cumplido el tercer día fue Mario quien con su extraordinaria vista se adjudicó el premio Rodrigo de Triana, avistando la isla Robinson Crusoe en un día especialmente diáfano a más de 100 kms. de distancia. La emoción fue enorme, dada la experiencia anterior, nuestras propias aprehensiones y las pocas expectativas que nuestros amigos y familiares tenían de este viaje. Recalamos sin novedad a las 20 horas. Los habitantes se mostraron sorprendidos del pequeño tamaño de nuestra embarcación, que junto a otros dos veleros parecía el bote de desembarco. La isla tiene el aspecto de Jurásic Park con sus imponentes y abruptos montes tupidos de vegetación de más de 900 metros. La historia y la aventura se palpan en cada lugar y habitante con quienes nos cruzamos. Todos tenían una extraordinaria historia personal que contar. Gran parte de la isla está vedada, incluso a sus propios habitantes, y solo CONAF puede ingresar a estos espacios reservados a la investigación de los más connotados científicos botánicos y de otras especialidades, quienes regularmente están descubriendo nuevas especies de insectos o la reinstauración de especies que se creían extinguidas. Al día siguiente de nuestra partida se esperaba la visita de National Geografic. La comida en la isla merece capítulo aparte. Sencillamente deliciosa, en particular el cangrejo dorado, la vidriola y el cebiche de breca, además de una cerveza artesanal “Archipiélago”de gran nivel según los entendidos (Mario y Pablo Jr.)

Al regreso, zarpamos a las 13 horas, con un buen meteo que solo mostraba vientos duros a partir del tercer día. A diferencia de la ida, en que solo nos visitaron los petreles y albatros, a la vuelta tuvimos la visita recurrente y gratificante de ballenas, toninas y delfines. El castigo anunciado al final se redujo a unas 20 horas en que el viento sopló a una media de 30 a 35 nudos con rachas de hasta 40 nudos y olas que alcanzaron en algunos casos a unos 6 metros de altura. Una noche con una luna llena extraordinaria debimos pasar en el timón 10 horas ininterrumpidas en el fragor de un mar rugiente y montañoso que nos mostró los dientes y que nos mantuvo empapados todo el tiempo. Una experiencia alucinante pero muy agotadora. El tramo final de 50 millas fue muy agradable con un viento portante suave que nos obligó a usa el motor en el mínimo para ayudar a la vela, lo que nos dio un buen andar de unos 6 nudos. La costa recién pudimos verla a las 5 millas y allí nos esperaba un cálido recibimiento de nuestros familiares y amigos. El ORCA IV pagó su osadía con la rotura de la genoa y otras averías menores, pero valió la pena. Este viaje se lo dedico a mi padre.

Pablo Robles G.
Capitán ORCA IV